Cuarentena.
A un municipio joven y pequeño del Caribe colombiano, donde “casi nunca”
pasa nada, hace un par de semanas por fin llegó la globalización. Siempre me
había preguntado qué estaba haciendo la gente de mi pueblo, mientras en el
mundo ocurrían sucesos de importancia histórica como la llegada del hombre a la
luna, la caída del muro de Berlín y otros hitos en el desarrollo de nuestra
sociedad.
Hoy que nos ahogamos entre los 37 y 40 grados, con las puertas abiertas,
pero desconfiados de lo que pueda pasarnos afuera porque de repente algo
invisible ha paralizado al mundo, el aire puro del campo nos tiene atrapados
como a hormigas en un círculo de tiza, amarramos al castaño del patio las almas
más cansadas y arrugadas de la casa, los tenemos escondidos en un rincón lejano
al cual ya están acostumbrados.
La necesidad, que es un factor constante, aumenta rápidamente, aquí se
sobrevive día a día, y lo que gana la mayoría no nos alcanza siquiera para hablar
de economía, dependemos más de la estación climática y estamos en verano,
tenemos la ciénaga casi seca y el caño hoy es un hilillo de aguas verdosas
serpenteando entre el fango; las vacas flacas esperan las primeras lluvias y
los campesinos se enfrentan a un sol inconsolable.
Ahora que las horas son un fastidio, que los bostezos son largos, que la
arrogancia se reúne en esquinas virtuales, ahora que las calles están casi tan
vacías como nosotros, ahora que no tenemos nada que contar, que nada es urgente,
que acumulamos pendientes, ahora, es momento de tener presente que la
hermandad, para que sea tal, necesita ser siempre un acto de reciprocidad, que
necesitamos una campaña de solidaridad, no de caridad.
Es momento de aprender que todos tenemos siempre algo que ofrecer y que
antes de entorpecer a quien ayuda deberíamos preguntarnos que podemos aportar
nosotros, siempre existe alguien en peor posición a la nuestra.
No es una situación para sacar provecho, no es apropiado hacerse los
desdichados y clamar por una ayuda que no necesitamos, quien recibe sin necesidad
está perjudicando a esas familias que todos conocemos, y que de verdad están
pasando trabajo.
Nos debemos cuidar mutuamente, como sociedad, protegernos, independientemente
de las acciones/decisiones de los gobernantes, agradecer su gestión (en caso
que sea buena), pero entender que el presidente, el gobernador y el alcalde son
servidores públicos, no nos hacen favores: ¡Están haciendo lo que les
corresponde! Las circunstancias son difíciles para todos, se acerca una crisis
y la manera más fácil de superarla es trabajar en equipo.
Aplausos a quienes han tomado iniciativas para ayudar, sé lo difícil que
es, es un gran gesto, gracias por la felicidad y el alivio que regalan, espero
sean ejemplo para que más gente lo intente.
Ñapa: Que la situación nos ayude a reflexionar acerca de lo peligroso
que es no saber escoger dirigentes y empecemos a cambiar la mala costumbre de
siempre vender el voto y luego para luego exigir, con la excusa de que siempre
ha sido así.
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