Vacaciones de fin de Año (2016)
Pasé casi un año sin visitar el pueblo, pero sabía que el 31 de diciembre sería inevitable volver, ya es difícil para algunos perderse las fiestas de mayo, pero el fin de año, por razón o costumbre, todos queremos concluirlo al lado de las personas que más nos importan, sobre todo, si no has pasado con ellos el resto del año. En lo personal, me da miedo enfrentarme al guayabo, tengo claro que me arrepentiría de no ir, apenas escuche una canción de acordeón con sabor a pueblo.
Regresé de Bogotá en un vuelo turbulento el día 26 en la madrugada, lleno de felicidad al estar de vuelta en mi tierra, y por tierra me refiero al planeta entero y al placer de tener los pies por fin en el suelo. No me fue mal por el altiplano, había planeado con tiempo las vacaciones, escogí una fecha con poco tráfico y fría para sentir con mi propia piel el porqué le apodan la nevera. Fui acompañado de Alexandra, y Marialejandra me esperaba en Bogotá, ellas para mi son el equilibrio perfecto entre descansar y aventurar, respectivamente quizá.
Tenía planeado viajar al pueblo el día 30 con la intención de dilatar mi record de días sin visitarlo, evitando por supuesto, el trajín de viajar el último día del año. Pero como había poco que hacer en Barranquilla y los hermanos de Alexandra se habían adelantado, viajamos desde el 28 de diciembre.
Salimos de mi casa en Soledad a las 03:30 p.m. inmediatamente después de que nos informaron que había vuelto el fluido eléctrico al pueblo, teníamos todo listo, pero acordamos no viajar si no se restablecía la electricidad.
Al cabo de un par de horas estábamos sentados en un escaño de madera en Suan, frente a las corrientes amarillentas del río magdalena. Una docena de embarcaciones bamboleaban al son de una tarde tranquila, y los “jhonseros”, arreadores y otros transportistas se preparaban para concluir la jornada. Ya habíamos negociado duplicar los pasajes por falta de paisanos viajeros y unos minutos después estábamos listos para cruzar el río.
El caño no estaba muy profundo, pero los “jhonseros” habían memorizado los lugares en que podían encallar y navegaban sin el menor problema. El hecho de que Alexandra y yo fuéramos los únicos pasajeros aceleró considerablemente el viaje, que duró lo mismo que el atardecer de ese día, pues cuando embarcamos el sol empezaba a enfriarse mientras descendía, y un ocaso de colores fantásticos nos arropó cuando llegamos a lo que en otro tiempo habría sido el final del caño, donde empezaría la ciénaga, pero esta vez nos encontramos con un laberinto de “taruyas” que cambiaban lentamente de posición confundiendo al capitán de la lancha, que se vio obligado a sortear el camino. Pero mi atención estaba deslumbrada por la fortuna de encontrarme en ese lugar, y de poder capturar los paisajes que ofrecía el cielo con mi retina y con mi cámara, que aunque tenía poca batería, se robó un poco de aquella magia.
Cuando la noche nos alcanzó, ya habíamos desembarcado. Mi viejo pueblo de Concordia, me pareció extraño y triste como las luces nocturnas de aquel diciembre, amarillentas como el río Magdalena. Después de las visitas respectivas y la repartición de encargos, caminamos un rato por la plaza y la KZ en busca de algo que nos quitara el sueño, pero no le encontramos competencia a las ganas de dormir.
Despertar temprano en mi pueblo es evocar la nostalgia, las primeras horas, antes de que el sol empiece a quemar y saque de la cama a los más perezosos, encuentro un momento anacrónico, donde los más viejos, que son los que conservan la costumbre de madrugar, deambulan por las polvorientas calles acompañados de perros de razas indescifrables; mientras la modernidad descansa, hacen sus diligencias, cargan ollas machucadas y se saludan en su modo de ser peculiar, como sorprendidos de encontrarse cada día. Los admiro en demasía, por ser serios y laboriosos, ligados a su casa, gente de paz, que vacía el peso de los remordimientos y las ilusiones frustradas en el vértigo de parrandas.
En esos momentos extrañé aquel lugar encantador para vivir alejado del mundo, esa concordia de conocernos todos sin desventaja alguna, donde todos éramos familia, lejanos o por parte y parte, dependía más de los recuerdos de esos viejos, quienes esculcaban el baúl de la memoria y barajaban nombres de difuntos; alegres, en su afán de sorprendernos, tejiendo un nudo sobre el lazo de la amistad.
Extrañé los juegos que disfrutamos y que hoy llamarían tontos, por la simpleza de su trama, como cortar pistilos de flores de acacia y engancharlos entre ellos para simular gallitos de pelea o convertir calabazos en vacas. Había una conexión más amplia con la naturaleza, tanto, que el clima reflejaba el estado de ánimo del pueblo y los animales se contagiaban de las penas cuando eran colectivas.
Extrañé las mañanas en que los cables de la red eléctrica amanecían llenos de golondrinas, las tardes de mariposas revoloteando en los pequeños jardines, las noches de luciérnagas parpadeando a la orilla de la ciénaga.
Extrañé los adornos de las navidades festivas, con cadenetas que colgaban del techo de una casa al alero de la de al frente, llenas de empaques de café o papas fritas ripeados con tijeras, o mis favoritas, de las que guindaban las bolsitas de hacer “Bolis” llenas de agua tinturada de colores.
Este fin de año no vi muchas luces de navidad, pocas decoraciones y hasta poca emoción, poca gente, poca fiesta, pocos cambios positivos. Descubrí, lo que estaba ahí, pero no había querido notar; aquí lo más entretenido es empinar el codo. Solo puedes notarlo cuando te divorcias de las parrandas, cuando dejas atrás la etapa que otros no finalizan y te das cuenta de que ya no tiene mucho sentido tomar por días enteros hasta que no quede nada de tu conciencia.
Es interesante, porque es muy normal aquí jactarse de ser un hombre que “aguanta ron”, ser un alcohólico es algo que en los pueblos se puede presumir. No es algo nuevo, ni tampoco algo que yo deba criticar. Solo quiero decir que desde joven parece que tenemos la predisposición a la ingesta de alcohol, algunos hasta se sienten más machos si aguantan hasta el fin parrandas eternas, no importa si botas el trago, lo importante es amanecer.
Eso es lo que me interesa realmente, esa concepción de que consumir licor sin sosiego es sinónimo de hombría, me parece inmaduro el razonamiento, aunque para muchos es válido.
Eso es lo que me interesa realmente, esa concepción de que consumir licor sin sosiego es sinónimo de hombría, me parece un inmaduro razonamiento, aunque para muchos adultos sea válido. El punto es que hay pocas opciones de entretenimiento, faltan oportunidades y los trabajos sociales solo son negocios, favores o requisitos; no tenemos líderes que de verdad se comprometan a infundir un cambio, y falta además gente dispuesta a cambiar, porque somos tercos, no nos interesa lo que no conocemos y creemos saberlo todo.
Me cuesta aceptar que esta tierra es y no es la misma, no es el mismo pueblo tranquilo en que me crié. Tanto tiempo, tantos lugares, tantos detalles significativos y cruciales en mi vida son hoy recuerdos que me devastan.
Las fiestas ya no son del 24 al 31, el 26 y el 27 fueron días nulos, y el 31 la KZ fue hasta las 12:00 de la noche, al parecer por motivos de seguridad, aun sabiendo que después de esa hora es que la gente va a la KZ, y toca decir que fue inevitable la tragedia pues al día siguiente apalearon a un tipo que había dado un hachazo a otro un año y un día antes.
Es todo lo que puedo decir de las fiestas, puede que yo no estuviera tan entusiasmado, me sentí viejo entre tanta “peladera”, la gente de mi edad que no estaba parrandeando, no sé dónde andaba, creo que no fueron.
Descansé mucho, eso para mí fue importante, regresé a Barranquilla el 4 de enero estrenando año, con nuevos propósitos y dispuesto a cambiar aún más de lo que hasta ahora.
Espero que gente nueva tome las riendas del futuro de un pueblo que parece desértico, transfigurado por el polvo y con una ciénaga muerta. No quiero que mañana Concordia sea un pueblo sin historia, sin recuerdos, sin glorias, sin logos, sin intenciones, sin plato típico, sin producto nativo, el pueblo que nadie conoce, sin artesanías, sin cultivos, sin orillas, sin artistas, sin mariposas, sin luciérnagas, sin las cosas que hoy no estamos creando.
Comentarios
Publicar un comentario